sábado, 29 de septiembre de 2012

UN DÍA BUSCANDO APARTAMENTO EN CARTAGENA


 
Por: Jairo A. Cárdenas A.
Todo empieza cuando al llegar al apartamento se divisa a lo lejos una silueta redondeada muy familiar. Es como el periodo femenino, aparece de mes en mes y su presencia provoca  fuertes estrujones abdominales. Es mi versión personalizada del señor Barriga, una mona con raíces oscuras, de gesto amable y sonrisa forzada que con la excusa de saber “cómo va todo” me recuerda que es 5 y el día de pagar el arriendo.
-¿Cómo va todo Jairito? ¿Cómo va el estudio y el trabajo?-entiéndanse estas preguntas como “págueme la renta, vago”. –muy bien señora Barriga… digo, señora Adelaida. Por aquí tengo el dinero del arriendo- respondo copiando la sonrisa hipócrita, mientras pienso que de todos los días de la semana, tiene que venir a joderme el viernes. Saco los obligatorios cuatrocientos mil pesos de arriendo de una pequeña caleta, donde se esconden condones, parciales perdidos y uno que otro sostén olvidado en el apartamento. Los entrego con la esperanza de librarme de ese cólico por un mes. Pero de repente un estrujón imposible de combatir con “buscapina fem”.
-Gracias Jairito. Pero tengo que hablar una cosita contigo- ¡PELIGRO! presiento malas energías. El ritual de pago se ha salido de su cauce. Que lo que venga sea rápido y sin dolor. –ya este mes se cumple el contrato de arrendamiento y pues he hablado con mi esposo (un guajiro cuyo aspecto indica que colecciona armas en el fondo del armario) y hemos decidido subir la renta. ¿Pagas o prefieres buscar en otro lado?- finaliza con la sonrisa de alguien que acaba de soltar un gas.
-Se me sale del presupuesto, me voy- respondo altivo y orgulloso. – está bien. Tienes hasta el 30 para mudarte. Chao- contraataca la señora Barriga con una amabilidad más escondida que la tanga verde neón que se alcanza a ver bajo su short blanco, cuando da media vuelta para marcharse. -De mejores apartamentos me han echado- me autoconsuelo.
Lo aterrador no es quedarse sin un techo sobre la cabeza. Lo aterrador es no tenerlo en las interminables caminatas bajo el sol de Cartagena en busca de uno nuevo. Porque hay que decirlo, no existe nada más tortuoso que encontrar una vivienda en Cartagena; llámese habitación, apartaestudio, apartamento, casa o pensión, uno termina en una búsqueda más larga y difícil que la del Dalai Lama por la paz interior.
Con el diario El Universal en mano, como primer recurso, empiezo a pasar hojas. Atrás quedó la noticia de la enfermedad de  Campo Elías,  la nota sobre la inauguración de TransCaribe en el 2020 y los rostros largos y tristes de los jugadores del Real Cartagena. Hoy nada me importa. Solo necesito esas páginas ignoradas por muchos, pero idolatradas por mi necesidad: “los clasificados”.
Con un resaltador amarillo en la mano, empieza el paseo de mis ojos de arriba a abajo del periódico, en busca de un apartamento que cumpla mis necesidades; bueno bonito y barato. Es más, olvidemos lo de bueno y bonito, mientras no sobrepase mi presupuesto de cuatrocientos mil pesos estará perfecto.
Luego de seleccionar algunas opciones entre un círculo amarillo continuo con el paso n° 2, llamar. –halo, buenas tardes. Es para averiguar por el apartamento que están arrendando- pregunto con voz gruesa esperando que de esa manera me tomen en  serio. –es un apartamento de una habitación, tiene un baño, armario, sala comedor, cocina, queda en la castellana y su valor es de seiscientos mil pesos sin servicios”- responde una señora con voz aún más grave que la mía. Primer apartamento descartado.
Repito la ecuación con un nuevo número, esta vez contesta un señor de habla apresurada – el apatamento tene un cuato, baño, sala comedo, cocina y vale tecentos con to’os lo sevicio incuido-. Era perfecto, más que perfecto, incluso más económico que lo presupuestado. –disculpe señor ¿dónde queda el apartamento?- pregunté al borde de una explosión de júbilo. –aquí no ma, en Arjona. ¿Cuándo lo va a vení a vé? -. Segundo apartamento descartado. No me suena la idea de montarme en dos buses para llegar a mi destino.
Y así se agotaron los clasificados y los minutos de mi celular. De nada sirvió el periódico. Solo para informarme de la toda la actualidad cartagenera y si tú también quieres hacerlo lee El Universal (que no se note la cuña). Hora del plan B, un éxodo por los barrios de Cartagena preguntando en cada tienda –disculpe, ¿usted sabe dónde están arrendando un apartamento por aquí?-.
Gorra a la cabeza y tenis a las calles:
Al perder la esperanza de encontrar apartamento en el periódico para evitar una caminata soñada por el profesor Moncayo, hay que armarse de valor y salir a la calle. Igual, caminar es un buen ejercicio y en el arte de buscar vivienda, no hay apartamento que se esconda cien años ni suela de tenis que lo resista.
Llego a la primera tienda, un paisa. Curioso que en la costa todos los tenderos son paisas y en el interior son costeños, definitivamente nadie es profeta en su tierra. Pido una bolsa de agua, pregunto por mi objetivo, nadie sabe, salgo de la tienda, bebo un poco de “Gatorade”. ¿Gatorade? Verraco paisa, ¿a qué horas me metió un “Gatorade”?. Es mi culpa, duré más de dos minutos preguntando, un poco más de tiempo y me arrienda un cuarto adentro de la tienda. Sigo caminando.
Mi cabeza parece un ventilador moviéndose de lado a lado de la calle en busca de un letrero de “Se arrienda”. Cuánto quisiera un ventilador en este momento. Muchos letreros, “se venden bolis”, “sí hay cubetas”, “se alquilan lavadoras”, “Modistería La Flor”, “minutos a $99”, “estudie Comunicación social a distancia”, etc. muchos anuncios, ninguno me sirve.
Baja el sol, gracias a Dios. Mi dosis de vitamina D está cubierta por el próximo año. No sé por cuál calle ni por qué barrio voy, solo sé que voy. Hay un grupo de muchachos de apariencia amable, les preguntaré. –disculpen, ¿ustedes saben dónde están arrendando un apartamento por aquí?-. Me reparan de arriba abajo, les caí bien, si me mudo a este barrio por lo menos ya tengo amigos. –Subiendo por esa calle dos cuadras creo que están arrendando uno. ¿Nos puedes regalar la hora?- responde y pregunta el más sonriente de todos. –claro, son las 6:15 PM. Muchas gracias, son muy amables-. Respondo mientras uno se acerca a darme la mano, al parecer.
Ya sin reloj, decido no subir las dos cuadras. No porque desconfíe de ellos, sino porque las piernas me piden un descanso y yo decido acceder a sus caprichos. Tomo una buseta, regreso a mi –aun- apartamento y me acuesto a dormir, pensando que mañana será otro día para seguir buscando apartamento en Cartagena.


Twitter: @jairo_cardenas7

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